ALGUNAS NOTAS ACERCA DE LA NARRACIÓN
A largo del cuatrimestre hemos citado y
referido diversas conceptualizaciones sobre la naturaleza de la narración, el
narrador, la narratología y el arte de narrar. Aquí una somera enumeración de
citas.
Walter Benjamin (1936). “El narrador”.
El narrador pertenece al grupo que forman los
maestros y los sabios. Él conoce el consejo, pero no limitado a algunos casos
–como lo hace el refrán–, sino para muchos –como el sabio–. Pues el narrador
puede apoyarse en toda una vida. –Pero una que no sólo incluye la propia
experiencia, sino también la ajena: por cuanto él asimila lo que ha oído decir
junto a lo propio–. Su talento es poder narrar su vida; su dignidad, poder
narrarla toda. Narrador es el hombre al que la larga mecha de su vida se le
podría consumir completamente en la suave llama de su narración. Pues en esto
se basa ese halo sin duda incomparable que, en la obra de Léskov, como en
Hauff, o como en Poe o como en Stevenson, rodea suavemente al narrador. Pues el
narrador es la figura en la cual el justo se encuentra consigo, finalmente.
Mieke Bal (1990). Teoría de la Narrativa (Una
introducción a la Narratología)
La Narratología es la teoría de los
textos narrativos. Una teoría se define como conjunto sistemático de opiniones
generalizadas sobre un segmento de la realidad. Dicho segmento de la realidad,
el corpus, en torno al cual intenta pronunciarse la narratología, se compone de
textos narrativos. En realidad debería ser posible afirmar que el corpus se
compone de todos los textos narrativos y sólo de aquellos que lo sean. Uno de
los primeros problemas al adelantar una teoría es la formulación de las
características con las que conferir límites a ese corpus. Aunque todos tienen una
idea general de lo que sea un texto narrativo, no es ciertamente siempre
sencillo determinar si un texto dado debería o no considerarse como tal (…)
Un texto es un todo finito y
estructurado que se compone de signos lingüísticos. Un texto narrativo será
aquel en que un agente relate una narración. Una historia es una fábula
presentada de cierta manera. Una fábula es una serie de acontecimientos
lógica y cronológicamente relacionados que unos actores causan o experimentan.
Un acontecimiento es la transición de un estado a otro. Los actores
son agentes que llevan a cabo acciones. No son necesariamente humanos. Actuar
se define aquí como causar o experimentar un acontecimiento. La afirmación
de que un texto narrativo es aquel en que se relata una historia, implica que
el texto no es la historia. Si dos términos tienen claramente el mismo
significado, es preferible descartar uno de ellos. Lo que se quiere dar a
entender con estos dos términos se ve claramente ilustrado con el ejemplo
siguiente.
Todo el mundo en Europa está familiarizado con
la historia de Pulgarcito. Sin embargo, no todo el mundo ha leído esa
historia en el mismo texto. Hay distintas versiones; en otras palabras, hay
diferentes textos en los que se relata la misma historia. Existen diferencias notables
entre los diversos textos. Algunos se consideran literarios y otros no; algunos
se pueden leer en voz alta a los niños, otros son demasiado difíciles.
Evidentemente los textos narrativos difieren entre sí aunque la historia que se
relate sea la misma.
Cabe usar de nuevo el ejemplo de Pulgarcito para
ilustrar la siguiente distinción, entre historia y fábula. La diferenciación se
basa en lo que distingue a la secuencia de acontecimientos de la forma
en que se presentan dichos acontecimientos.
Paul Ricouer (1989). La vida un
relato en busca de narrador.
Tomaría
como punto de partida para la travesía de esta zona crítica las palabras de un
comentarista: las historias se cuentan y no se viven; la vida se vive y no se
cuenta. A fin de aclarar esta relación entre vivir y contar, propongo que
examinemos, en primer lugar, el acto mismo de relatar.
EL
PROCESO ESTRUCTURANTE DE LA INTRIGA
Definiría
de manera muy general la operación de la intriga calificándola como una
síntesis de elementos heterogéneos. ¿Síntesis entre qué y qué? En primer lugar,
síntesis entre los acontecimientos y los incidentes múltiples y la historia
completa y una. Desde este primer punto de vista, la historia tiene la virtud
de extraer una historia de múltiples incidentes o, si se prefiere, de
transformar los incidentes múltiples en una historia. En este sentido, un
acontecimiento es más que algo que ocurre, quiero decir, algo que simplemente
sucede; es aquello que contribuye al progreso del relato así como a su comienzo
o a su fin. Correlativamente, la historia relatada siempre es más que la
enumeración, en un orden simplemente serial o sucesivo, de los incidentes o los
acontecimientos que organiza en un todo inteligible.
La
reunión de todos estos factores en una historia única hace de la intriga una
totalidad que se puede denominar a la vez concordante y discordante (esa es la
razón por la cual yo hablaría de buen grado de concordancia discordante o de
discordancia concordante). Se puede lograr una comprensión de esta composición
por medio del acto de seguir una historia: seguir una historia es una operación
muy compleja, guiada sin cesar por expectativas acerca de la continuación de la
historia, expectativas que corregimos a medida que se desarrolla la historia,
hasta que coincide con la conclusión. Señalo al pasar que volver a contar una
historia revela mejor esta actividad sintética que funciona en la composición,
en la medida en que nos sentimos menos cautivados por los aspectos inesperados
de la historia y prestamos mayor atención a la forma cómo se encamina hacia la
conclusión.
Ahora
podremos ocuparnos enteramente de nuestra paradoja de hoy: las historias se
relatan, la vida se vive.
(...)Es
el acto de lectura quien realiza la obra, quien la transforma en una guía de
lectura, con sus zonas de indeterminación, su riqueza latente de
interpretación, su posibilidad de ser reinterpretada de maneras siempre nuevas
en contextos históricos siempre diferentes. A esta altura del análisis, ya
podemos entrever cómo se pueden reconciliar el relato y la vida, pues la
lectura misma es ya una forma de vivir en el universo ficticio de la obra.
Desde ese punto de vista, podemos decir ahora que las historias se narran, pero
también se viven en el modo de lo imaginario. Sin embargo, ahora es necesario
rectificar el otro término de la alternativa, aquello que denominamos la vida.
Hay que cuestionar la falsa evidencia según la cual la vida se vive y no se
narra. Con respecto a esto quisiera insistir en la capacidad pre-narrativa de
eso que llamamos una vida. Lo que hay que cuestionar es la ecuación demasiado
simple entre la vida y lo vivido. Una vida no es sino un fenómeno biológico
hasta tanto no sea interpretada. Y en la interpretación, la ficción desempeña
un papel mediador considerable. A fin de franquear el camino a esta nueva fase
del análisis, debemos insistir en la mezcla de acción y sufrimiento, actuar y
padecer, que constituye la trama misma de una vida. Esta es la mezcla que el
relato pretende imitar de manera creadora. En nuestra evocación de Aristóteles
omitimos, en realidad, su definición del relato: es, dice, la “imitación de una
acción”, mimesis praxeos.
Ricardo Piglia (2007). El arte de narrar.
En
un sentido todos somos narradores, todos somos expertos en la narración, todos
intercambiamos historias. Todos somos narradores y todos sabemos narrar, con
mayor o menor pertinencia y calidad. Un día en la vida de cualquiera de
nosotros es un día hecho también de las historias que contamos y nos cuentan.
Los relatos que contamos y nos cuentan a lo largo de un día podrían muy bien
ser uno de los registros de nuestra experiencia.
Seguramente
yo volveré a Buenos Aires y mis amigos me dirán: “Bueno, contame” (como decimos
en el Río de la Plata), y ese pedido es una de las grandes exigencias sociales.
Estamos siempre convocados a narrar, estamos siempre recibiendo la solicitud de
contar qué hemos hecho en el momento en el que estábamos ausentes y, por lo
tanto, todos en ese sentido ejercemos la narración, todos sabemos lo que es un
buen relato. ¿Y qué sería un buen relato? Una historia que le interesa no sólo
a quien la cuenta, sino también a quien la recibe.
Un
buen ejemplo es el relato de los sueños. El que cuenta un sueño afronta los
problemas que tienen los narradores que creen que las historias que les interesan
a ellos les van a interesar a todos, porque claro, cuando uno cuenta un sueño,
cuando uno dice “soñé con la casa de mi infancia”, eso tiene para el narrador
una significación extraordinaria, porque uno recuerda muy bien lo que era esa
casa de la infancia, pero hay que saber transmitir ese sentimiento. Entonces,
un buen narrador no es solamente el que tiene la experiencia, el sentimiento de
la experiencia, sino también aquel que es capaz de transmitir al otro esa
emoción.
Contar
historias es una de las prácticas más estables de la vida social. Siempre se
han contado historias y se seguirán contando, y si pensamos en el futuro, estoy
seguro de que la narración persistirá, porque la narración es el gran modo de
intercambiar experiencias. Y aquí tendríamos que distinguir entre experiencia e
información. La narración es lo contrario de la simple información. Está
siempre amenazada por el exceso de información, porque la narración nos ayuda a
incorporar la historia en nuestra propia vida y a vivirla como algo personal.
La
narración es uno de modos más estables de uso del lenguaje. Algunos incluso
piensan que la narración está en el origen del lenguaje. Narrar sería la
condición de posibilidad de ese acontecimiento —un poco enigmático, un poco
milagroso— en el que surge el lenguaje; podríamos
de
hecho imaginar que el lenguaje se constituye como tal a partir de la narración.
Se usan las palabras para nombrar algo que no está ahí, para reconstruir una
realidad ausente, para encadenar los acontecimientos, establecer un orden,
reconstruir ciertas relaciones de causalidad. En ese sentido, podemos pensar a
la narración como una historia de larguísima duración. Siempre se han contado
historias. Pero, ¿cómo empezó la historia de la narración? Podemos inferir un comienzo.
Imaginar cuál fue el primer relato. Podríamos escribir un relato sobre cómo fue
ese primer relato.
Podemos
imaginar que el primer narrador se alejó de la cueva, quizá buscando algo,
persiguiendo una presa, cruzó un río y luego un monte y desembocó en un valle y
vio algo ahí, extraordinario para él, y volvió para contar esa historia.
Podemos imaginar en todo caso que el primer narrador fue un viajero y que el
viaje es una de las estructuras centrales de la narración, alguien sale del
mundo cotidiano, va a otro lado y cuenta lo que ha visto, la diferencia. Y ese
modo de narrar, el relato como viaje, una estructura de larguísima duración, ha
llegado hasta hoy.
Pero
podríamos pensar que hay otro origen del acto de narrar. Entonces podríamos
imaginar que el otro primer narrador hasido el adivino de la tribu, el que
narra una historia posible a partir de rastros y vestigios oscuros. Hay unas
huellas, unos indicios que no se terminan de comprender, es necesario
descifrarlas y descifrarlas es construir un relato. Entonces podríamos decir
que el primer narrador fue tal vez alguien que leía signos, que leía el vuelo
de los pájaros, las huellas en la arena, el dibujo en el caparazón de las
tortugas, en las vísceras de los animales, etc.
Trabajo
práctico Nº1 de Narrativa Universal I (América)
1) Mirar la película Zona sur del director boliviano Juan Carlos
Valdivia. https://www.youtube.com/watch?v=xAK0Ah4EpMQ
2) El investigador y docente mexicano Lauro Zavala en su trabajo “La
representación de la violencia en el cine de ficción” delimita el campo de su
modelo de estudio definiendo a la Estética del cine como: “el conjunto de
estrategias audiovisuales que provocan un efecto específico en la sensibilidad
de los espectadores”. Para luego referir que: “la Estética de la Violencia (en
el cine) puede ser definida como el conjunto de estrategias audiovisuales que
provocan un efecto específico en la sensibilidad de los espectadores al
construir mecanismos de representación de la violencia.”
El filósofo esloveno Slavoj Žižek en su
libro Sobre la violencia. Seis ensayos marginales reflexiona acerca de
los distintas formas de violencia objetiva y subjetiva: “La oposición a toda
forma de violencia — desde la directa y física (asesinato en masa, terror) a la
violencia ideológica (racismo, odio, discriminación sexual)— parece ser la
principal preocupación de la actitud liberal tolerante que predomina hoy. Hay
una llamada de socorro que apoya tal discurso y eclipsa los demás puntos de
vista: todo lo demás puede y debe esperar. ¿No hay algo sospechoso, sin duda
sintomático, en este enfoque único centrado en la violencia subjetiva (la
violencia de los agentes sociales, de los individuos malvados, de los aparatos
disciplinados de represión o de las multitudes fanáticas)? ¿No es un intento a
la desesperada de distraer nuestra atención del auténtico problema, tapando
otras formas de violencia y, por tanto, participando activamente en ellas?
Según cuenta una conocida anécdota, un oficial alemán visitó a Picasso en su
estudio de París durante la Segunda Guerra Mundial. Allí vio el Guernica y,
sorprendido por el «caos» vanguardista del cuadro, preguntó a Picasso: «¿Esto
lo ha hecho usted?». A lo que Picasso respondió: «¡No, ustedes lo hicieron!».
Hoy día muchos liberales, cuando se desatan explosiones de violencia como las
que se han producido de un tiempo a esta parte en los suburbios de París,
preguntan a los pocos izquierdistas que aún creen en una transformación social
radical: «¿No fuisteis vosotros los que hicisteis esto? ¿Es esto lo que
queréis?». Y deberíamos responder, como Picasso: «¡No, vosotros lo habéis
hecho! ¡Este es el verdadero resultado de vuestra política!».
Hay un viejo chiste sobre el marido que vuelve a
casa después del trabajo pero algo más pronto de lo habitual y encuentra a su
mujer en la cama con otro hombre. La mujer, sorprendida, exclama: «¿Por qué
vuelves tan pronto?». Y el marido replica, furioso: «¿Qué haces en la cama con
otro hombre?». A lo que la mujer responde: «Yo he preguntado primero, no
intentes escabullirte y cambiar de tema». Del mismo modo, respecto a la
violencia la tarea es precisamente cambiar de tema , desplazarnos desde el SOS
humanitario desesperado para acabar con la violencia hasta el análisis de otro
SOS, el de la compleja interacción entre los tres modos de violencia:
subjetiva, objetiva y simbólica [...]”
Siguiendo la línea conceptual trazada en los
fragmentos:
a) ¿De qué modo(s) aparece representada la
violencia en la película de Valdivia?
b) Una vieja máxima vinculada tanto a la política
como al arte literario/cinematográfico reza que: “el verdadero mensaje está en
la forma”. Asociar esta afirmación con la película referida.
Los trabajos
serán entregados al correo electrónico del docente: hernanocantos@gmail.com
Fecha última de
recepción: 20 de mayo de 2019
Formato de presentación: tipografía times new
roman número 12, interlineado 1,5, párrafo justificado.
Clases 1 y 2
Primeros trazos en Narrativa I 2019
Primeros
dos sábados a la mañana. Colegas de variadas disciplinas nos acompañan en este
nuevo camino del postítulo. Mismo lugar, mismo horario, mismo amor. El mismo
mismo loco afán.
Focalizamos
en el tema del cuento y sus posibilidades. También en sus versiones fílmicas. Y
nos preguntamos, tal como Cornelia frente al espejo, qué somos. De allí el
juego inicial que es lo que dejamos como muestra de los dos primeros
encuentros.
Texto no Literario
Ekos cuida tu piel
La pulpa de maracuyá rosa ofrece
hidratación inmediata para tus manos. Con aceite de maracuyá rico en omega 6 de
textura suave y fragancia refrescante que ofrece rápida absorción e hidrata por
24hs.
Texto Literario
Cuidame,
cuídate
Sé mi pulpa
de rosa
maracuyá.
Hidrátame las manos
y el alma
y todo...
Yo seré tu aceite
rico en omega
6.
Juntos texturemos
un mundo suave.
Y aromemos con
fragancias refrescantes
esta realidad.
Otra versión que había escrito es este
microrrelato que incluye la poesía anterior:
Sentado en el parque el leía un
libro y recordaba las tardes compartidas cuando de pronto una voz aterciopelada
atrapa su atención:
Cuidame, cuidate
Sé mi pulpa
de rosa maracuyá.
Hidrátame las manos
y el alma
y todo...
Yo seré tu aceite
rico en omega 6.
Juntos texturemos
un mundo suave.
Y aromemos con fragancias refrescantes
esta realidad.
Los transeúntes emocionados prorrumpen en calurosos aplausos que la poeta
emocionada recibe con humildad. En la soledad de su banco, él llora finas
lágrimas rosas de maracuyá.
Patricia
Gugasián
Matute el pizzero
Nada era como antes. Ese maldito silencio
abrumaba y envolvía la noche. Sólo el ruido de las hojas secas se hacía
presente en esa oscura calle del barrio. Matute era uno de esos pizzeros que
acostumbraba a hacer de todo: atendía la caja, cobraba y cuando era necesario,
hacía los repartos entonando algún tanguito de los antes, de aquellos que te cuentan
el penar del pasado.
Dicen las buenas lenguas, claro, también
los paladares, que Matute hacía las mejores pizzas del barrio, de la ciudad y
algún que otro exagerado, del país. Hasta han llegado a decir que Matute ha
tenido un encuentro con Mefistófeles en la profundidad del horno. El alma por
la mejor pizza de todos los tiempos, dicen.
Matute fue un astuto comerciante. Sus
promociones lograron que los comensales se abarrotaran en el local en busca de
alguna promoción que llenara sus expectativas.
Tenía la más exóticas pizzas. Desde las ya clásicas de muzzarella, jamón
y morrones, hasta las más raras como la de dulce de leche, kiwi, banana, brote
de soja o la pizza de chocolinas.
Aquel esplendor llegó a su fin. Matute
veía que en poco tiempo, los comensales dejaron de comprar. Sus vecinos
comerciantes empezaron a cerrar sus locales. Ese ruido espantoso de persiana
baja aturdía día tras día a Matute.
“Hasta pronto y mucha suerte”, fue lo
último que lo escuchó decir a Jacinto, el último caramelero de la cuadra que
pasó a despedirse luego de más de treinta años en el rubro. Un fuerte abrazo y
un susurro al oído fue el final de esa amistad.
Había quedado sólo, muy solo en esa calle
que supo ser ruidosa de gente, autos, niños que correteaban de un lado a otro y
pidiendo que sus padres le compraran algún que otro juguete o caramelo.
Ya nada queda. “Matute, Matute, Matute”
fue el constante repiqueteo de voces desesperadas que pedían ser atendidas en
la mejor pizzería del barrio.
El día llegó. El final fue triste. A las
20 y 45 de la noche del día siete de mayo, Matute atendió a la última persona.
Predispuesto, confiado que todo iba a cambiar, Matute prestó su mejor sonrisa,
su cara bonachona sirvió de mucho. Carismático como pocos, iba repasando mentalmente
lo que iba a ofrecer. No dudó en hacer rebajas extremas donde ningún mortal
podía dejar de desaprovechar.
Muy atento, Matute al ver entrar a un
señor de unos cincuenta años, desgarbado, de barba tupida y caminar lento, se
cuadró y le dio la bienvenida:
- Muy buenas noches señor, usted acaba de
entrar a la mejor pizzería del barrio. Acá se hacen las cosas más ricas, con
dedicación y sobre todas las cosas, con los precios más bajos del mercado. Verá
que será feliz luego de haber degustado nuestras pizzas. Dígame, vamos, pida,
le haremos un descuento que le va a sorprender.
- Muchas gracias señor, pero podría darme
unas monedas y un pedacito de pizza.
Nadie supo de Matute. Algunos dicen
haberlo visto sucio, escuálido y hablando sólo por las calles de Monte Castro.
Otros, señalan que sale por las noches a corretear gatos negros. Algunos, más
confiables, lo vieron canturrear tanguitos nostálgicos en la puerta de El
Fortín por un pedazo de pizza para sobrevivir.
Álvaro Rosado Castillo
El boleto de colectivo
En
el suelo. Podía confundirse con cualquier papelito que la gente “por descuido”,
arroja al caminar. Pero no. Como queriendo escaparse de una semi-huella de
pisada con barro, se leían las palabras “…cienda por atrás $ 0,80”.
La
frenada fue casi abrupta. ¿Qué es lo que veían mis ojos? ¿Cómo 80 centavos?
¿Desde cuándo un boleto de colectivo no tenía ese valor? ¿Desde cuándo no
existen más las máquinas expendedoras que tragaban las monedas y escupían un
papelito rectangular que en general uno descartaba?
Eran
muchas las preguntas que saturaban mi cabeza esa fresca mañana de abril. ¿Quién
habría conservado un boleto tanto tiempo para tirarlo ahora en esa vereda rota?
¿De qué año sería? Porque la pisada tapaba justo la fecha impresa, como un
incentivo del destino para las almas detectivescas, amantes de August Dupin o
Sherlock Holmes.
Con
la intención de develar este imprevisto misterio, levanté el boleto y traté de
sacarle la tierra. La marca parecía añosa, aunque el papel se conservaba
bastante bien para tener por lo menos una década, si no me engañaba mi memoria.
Al mirarlo a contraluz por el dorso, se descubrían tímidamente los últimos
dígitos de la fecha: 07. ¡Era del 2007! Doce años habían pasado. ¿Quién llevaba
en el bolsillo un billete de doce años y lo descartaba o se le caía sin querer?
La
obsesión por el tema me había hecho olvidar que debía ir a trabajar, y que ya
estaba demorado: desconfigurada la fecha del teléfono celular, la alarma nunca
sonó. Solo pensaba en cómo saber quién era el dueño de aquel documento
histórico, tan pequeño y banal, pero para mí de vital importancia.
Guardado
el hallazgo en el bolsillo derecho del buzo, me dispuse a buscar alguna cámara
que enfocara la zona, con la esperanza de poder captar la escena precisa en o la
que pudiera identificar al responsable de tan “trágico” descuido. Sabía que a
veinte metros de allí había un edificio nuevo con toda la tecnología en
seguridad que podía soñar un habitante de toda ciudad-selva del siglo XXI.
Reactivando
mis piernas luego del repentino parate, y sintiendo un peso mayor por la nueva
carga, acorté la distancia que me separaba de la solución de mi investigación.
¿Un baldío? ¿En qué momento habían demolido el reciente edificio y con qué
sentido? Sabía que la crisis inmobiliaria era fuerte pero no tanto como para
llegar al extremo de empezar a tirar abajo las construcciones nuevas… No podía
ser. Quizás, por la emoción del descubrimiento, había perdido noción del
espacio. ¿O del tiempo?
Lentamente
empecé a sentirme mareado, quizás el hecho de casi no haber desayunado por
quedarme dormido había producido un descenso de presión, un inicio de
lipotimia. Caminé hasta la esquina, de regreso a mi departamento, para
comprobar que la pizzería que había abierto hacía dos años estuviera en su
lugar. Una imprenta…La imprenta de los hermanos Ramírez que en el 2016 tuvieron
que vender para viajar a Italia, tras la muerte de su padre.
Me
palpé el bolsillo. Tenía que comprobar que el boleto seguía allí. Que no era
una invención de mi adormilado cerebro. Efectivamente, saqué el papel y
nuevamente lo miré a contraluz, con la complicidad del viento que obligó a unas
nubes pasajeras a despejar un fino rayo de sol otoñal. 12/04/07. Casualidad o
no, la fecha coincidía con la de ayer, pero de hace doce años. Podría ser de
ayer, pensé. Parece de ayer, me dije algo asustado. ¿Será de ayer? ¿Puedo haber
viajado en el tiempo sin darme cuenta?
La
desesperación superó a la debilidad que antes creía sentir y, derribando
transeúntes y mascotas, corrí a comprobar en qué año me encontraba. Llegué a mi
edificio. El encargado era otro, uno que no había conocido. ¿O era nuevo? La
llave tampoco encajaba. Ninguna de las tres que tenía el llavero… ¿pero no es
mi llavero con el destapador de botellas que descarté por ser tan molesto?
Las
doce cuadras que me separaban de la casa de mis padres, de la casa de mi
infancia, pasaron en un suspiro. Me veía abrir la puerta de entrada, avanzar
por el comedor, reflejándome en un gran espejo que cubría toda la pared
derecha, alcanzar la cocina y oír una
voz de mujer: -¿Qué pasó que volviste? Dale que vas a llegar tarde al
Conservatorio que hoy tenés examen…
-Nada
má, me olvidé las monedas para el colectivo… ¿en qué año
estamos? -pregunté, y tiré el boleto a la basura.
Marcos Fernández y Parral