Final de
Narrativa I (América)
A
partir de la lectura del artículo de Macedonio Fernández Para una teoría de la humorística establecer un diálogo con alguna
de las obras leídas durante la cursada.
1) El escrito no deberá exceder las cuatro carillas.
2) El formato de presentación será el siguiente: tipografía
Times New Roman, cuerpo 12, interlineado 1,5.
3) Los textos serán remitidos a la casilla de correo del docente
hernanocantos@gmail.com hasta el
lunes 31 de julio (confirmar recepción).
4) La fecha de la devolución de los trabajos será el sábado 5 de
agosto de 2017 a las 9.
Para una teoría de la humorística *
Macedonio Fernández
Supongamos el caso del chiste
conceptual específico: “Eran tantos los que faltaban que si falta uno más no
cabe.” Las personas muy disciplinadas creerán apenas la verdad enunciada, pero
las personas inexpertas creerán en ese instante que ya no cabía un más faltar,
que el local era estrecho para que faltaran más personas. La equivocación la
hay, pues el más de una cosa, en los más frecuentes casos, ocupa más espacios,
y de lo más el público espera que por un momento llegue a no caber; que no
cupieran más faltantes. Aquí hay alusión a felicidad, a contento, en el hecho
de que el autor juega con el lector, y puede haber en el público que ha
conservado la virginidad de sus emociones, la risa madre; el incauto se reirá
al advertir que ha creído en semejante disparate por un momento (la ausencia de
una cosa, si aumenta mucho, no cabe); habrá dos risas: la de reírse de sí mismo
por haber creído un absurdo y al mismo tiempo la risa amistosa hacia el hombre
que ha jugado con él, actitud en el autor que aporta dos intuiciones de signo
placentero: el hecho de jugar y el hecho de poseer la destreza de provocar un
caos mental momentáneo en otro.
Insistiendo en otros términos, diré:
se crea en la conciencia del oyente o lector la expectativa de un dato fuerte
(“Fueron tantos los que faltaron que si falta uno más”), y se prorrumpe un
absurdo (“no cabe”). Se trata de una subordinación del género cuantitativo, con
su modalidad, la adición, que resulta en una mayor suma, mientras en este caso,
por la calidad de lo sumado, resulta la menor suma, que es presentada como
resultando la mayor. Pero, ¿por qué causa gracia el absurdo? ¿Y todo absurdo
causa comicidad? Deben cumplirse las demás condiciones señaladas: la
expectativa o espera o estado de tensión, la sorpresa y la referencia optimista
o contenido grato o alusión a felicidad. Lo chistoso deriva de que ha habido
una preparación para que todos caigan en un asentimiento momentáneo al absurdo:
cuantos más faltan menos cabe el faltar; cuanto más de algo en algo, menos
cabida queda: así que el faltar no cabe. (El faltar puede sumarse: Cuanto más
llueva, menos vendrán; pero no menos cabida habrá para que otros falten.) No
es, pues, el caso del absurdo por sí mismo sino por la preparación a esperar
otra cosa, un hecho o concepto lógico; si no se estuviera preparando para el
asentimiento el espectador se limitaría a decir: “Es claro”.
Creo que lo fundamental es la
invención de un absurdo, que es una ingeniosidad, y en segundo término el hacer
creer, que es voluntad de juego. Hay, adicionalmente, en este chiste una
solicitación de piedad a la gente, con lo cual los oyentes se sienten así
placidos del fracaso del conferencista implícito y dignificados de que se los
elija para confidentes. El hecho de que las personas que se estaban sintiendo
importantes como oyentes de una confidencia, con cierto matiz “sobrador”, de repente
sufran la caída al vacío mental creyendo por un instante la logicidad del
absurdo, es un elemento no esencial pero que realza el placer.
Todavía habría que agregar que
cuando se dice No se espera generalmente algo adverso; el “no” tiene un tizne
de pesimismo, aunque muchas veces sea lo contrario: “el barco no se hundió”. O
sea que hay que ser tan hábil en el enunciado verbal como para los cuidados
poemáticos de Mallarmé.
En fin, podría intentarse
proseguirlo así:
A: Fueron tantos los que faltaron
que si falta uno más no cabe.
B: ¿Y cuál fue el que faltó último?
A: Recuerdo que faltaron en parejas
el que faltó último y el que faltó más.
Y si aun el oyente tratara de que no
se apague el chiste:
B: En estas ocasiones, sería bueno
hacer una lista en orden sucesivo del nombre de las personas que van faltando,
como se hace en el “Instituto de Disertaciones”.
A: No me parece, pues al día
siguiente, cuando uno encontrara a las personas que no asistieron, habría
disputas sobre prioridad: “Yo falté antes que usted”; “Yo fui el número 10 y no
el 14”; “Yo falté en seguida después de Gómez”; “Usted me ha anotado mal”. Uno
que sabría disculparse diría: “Yo falté, es cierto, pero fui de los primeros”.
B: Bueno, si mi proposición no
acierta, ¿qué se debiera hacer en estos casos? ¿Qué le parece a usted? Porque
si se dejan las cosas así, sin más, que vayan como quiera, la oratoria va a ser
un género que se pierde.
A: Yo también lo pensé. Creo que
podrían darse primero las conferencias y anunciarlas después; o, como en el “Círculo
de Intelectuales”: “Hoy no da conferencia el novelista Tal”. Porque no teniendo
hora asignada, no cabe la faltancia, así que siempre tendríamos lleno completo.
B: También podría difundirse: que el
notorio conferencista Acuña acostumbra publicar después de sus conferencias las
opiniones más comprometedoras de los inasistentes. “Domínguez, que faltó a la
última, ha manifestado que es la única conferencia que merece ser atendida.”
Otro expresará que es tal la nulidad de los conferencistas de Buenos Aires que
si no fuera por la genialidad del conferencista Acuña estaríamos arruinados en
la opinión del mundo. Con lo que todos los asiduos faltantes a sus conferencias
tendrán temor de faltar otra vez, para no caer en el odio de todos los demás
conferencistas que resultan menoscabados por estos elogios (y con este miedo
tendremos asistencia regular). En suma, que al cabo de cierto tiempo a nadie se
le tendría más temor de no asistirle que al conferencista Acuña, y a los
juicios de nadie temeríase tanto como a los juicios de los famosos faltantes a
conferencias del famoso Acuña.
A: Me pongo en el caso de Acuña:
para desautorizar las opiniones elogiosas que les atribuye a sus faltantes y
que les han traído la malaquerencia de los demás conferencistas, deberá dar
certificados de inasistencia a los que concurren, para que los otros
disertadores no los maltraten en represalia de asistirle a Acuña. [1]
B: “Acredito que el señor Dudino
Domínguez es el más asiduo faltante a mis conferencias”, dirán los certificados
de faltancia.
A: Pero entre los faltantes hay no
sólo de los más asiduos sino de los mejores.
B: De alguno se dirá: “Sólo una vez,
y por enfermedad, dejó de faltar.”
A: Con esta diplomacia extraoficial
del Faltar…
B: Y así podría Acuña proclamar que
era un embuste notorio el que se propalaba de que sus conferencias no cabían de
faltantes cuando las de los otros no cabían de concurrentes.
Desperecémonos, lector: yo también estuve
ahora trabajando.
Excúseseme este ejemplo de
inesperada imitación, en el Chiste, de los ejercicios de “variaciones” en
Música. Ya véis lo que sucede cuando el disparate se da ampliamente su lugar:
engendra la más amplia concurrencia.
¿Cuál es el efecto conciencial, para
nosotros genuinamente artístico, que produce el humorismo conceptual? Que el
Absurdo, o milagro de irracionalidad, creído por un momento, libere al espíritu
del hombre, por un instante, de la dogmática abrumadora de una ley universal de
racionalidad. Aunque la “racionalidad” tiene una resonancia afectiva positiva,
es decir placentera, porque parece síntoma de seguridad general de la vida y
conducta, sin embargo basta que se la presente como una ley universal
inexorable para que sea un límite a la riqueza y posibilidad de la vida. Y esta
limitación, como cualquier otra, tiene en la conciencia una resonancia afectiva
negativa. “Variedad” y “libreposibilidad” revisten tonalidad optimística; pero
además se adiciona a esta tonalidad temática, según va repetido, el hecho de
que el autor ha jugado, mejor dicho ha logrado jugar con las vigilancias más
alertas y universalidad de nuestra vida mental. Este jugar, por una parte,
tiene tonalidad positiva en cuanto juego, aunque a costa de nosotros (pero a un
costo absolutamente inofensivo: un instante de creencia en el absurdo), y la
tiene también en cuanto el autor despliega una gran facultad, una sutileza
envidiable de arte de engañar; toda facultad es deseable y todo despliegue de
facultad es espectáculo grato.
Como se ve, para mí es un mérito que
un procedimiento artístico conmueva, conturbe nuestra seguridad ontológica y
nuestros grandes “principios de razón”, nuestra seguridad intelectual. ¿Cómo
pueden ser un mérito estas turbaciones? Mi argumento parecerá intrincado; para
mí es bien claro: si con actitudes o dichos de un personaje de novela consigo
por un momento que el lector sintiente, vivo, se crea “personaje” vacío de
existencia, sentirá por lo mismo la liberación de la muerte, es decir que su
noción de que ha de morir es poco consistente puesto que cabe en su
experiencia, en su vida en suma, que ocurra el hecho mental de creerse muerto,
en lo que creerse es un vivir. Asimismo, en la que yo llamo Ilógica de Arte o
Humorismo Conceptual, el desbaratamiento de todos los guardianes intelectivos
en la mente del lector por la creencia en lo absurdo que ella obtiene por un
momento, lo liberta definitivamente de la fe en la lógica, como que se libró
William James, y yo, gracias a él, quizá, de esa lógica que nos dice todos los
días: “puesto que todos mueren, tú has de morir”, o “no hay efecto sin causa”.
La Novelística y la Belarte de
Ilógica deben ponerse a tono con la agilidad y desdoblamiento de la aguda
conciencia contemporánea. Tomemos en cuenta que estamos en el siglo de la
Tercera Reflexión del Yo (el Yo que piensa en el Yo que pensaba ayer en el Yo).
* Macedonio Fernández, “Para una teoría de la
humorística”, en Obras completas, t. III, Buenos Aires, Corregidor, 1974, pp.
259-308. Publicado por vez primera como “Una teoría de la humorística”, en
Revista de las Indias, Bogotá, noviembre-diciembre de 1940. Fragmentos.
[1] Reflexiones de un lector, ahora: “Yo he
venido de visita a este libro, no he venido a trabajar. Como de tal autor, esto
debe entenderse perfectamente, pero no en cualquier día”.
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